Hablemos del cielo y el infierno.
Acerca de la felicidad, Borges señaló que de joven creía que se trataba de algo tan arduo como la belleza. En cambio, ya viejo, pensaba que no era así.
Después de todo, a lo largo de un día todos hemos estado tantas veces en el cielo y el infierno.
El Cielo y el Infierno son alegorías de estados de ánimo que atravesamos de modo constante en la vida. Pensar en la posibilidad de un Cielo permanente no es más que una ilusión. No es posible ser feliz todo el tiempo. La felicidad es un instante efímero e incompleto.
Por perfecto que parezca, todo momento aloja una ausencia. Y esa ausencia basta para empañar la felicidad. Como escribió el poeta Fernando Pessoa: El tiempo en que festejaban mi cumpleaños yo era feliz y nadie estaba muerto. Por eso era feliz. Porque todavía no había llegado la falta de lo amado. Una vez que esto ocurre la felicidad es una visita efímera que en cualquier momento decide retirarse.
Los únicos Cielos posibles son los Cielos breves. Cielos de abrazos, sonrisas o gemidos. Cielos de amistad o erotismo, de ternura y reconocimiento. Instantes fugaces que iluminan la existencia por un rato.
En su libro Las ciudades invisibles, Italo Calvino juega con este pensamiento. El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacerlo durar, y darle espacio.
Estos son los únicos Cielos que existen. Cielos que demandan inteligencia y cuidados. Cielos que debemos prolongar aun sabiendo que todo intento de eternizarlos es inútil.
Tarde o temprano van a esfumarse porque el Infierno siempre será fuerte. El Cielo requiere la conjunción de muchas cosas, en cambio basta un detalle para volverlo todo infernal. Una ausencia, un llamado que no llega, un ser querido que muere, un sueño que se escapa o un amor que se va. En el juego de la vida las cartas están echadas y el Infierno ya ha ganado. Sin embargo no debemos entregarnos.
Nadie puede escapar a la desdicha, porque la adversidad es ineludible. Como señaló Alejandro Dolina, el universo es una inmensa perversidad hecha de ausencias. Y en ese mundo plagado de pérdidas transitamos la vida. Es acá donde están el Cielo y el Infierno. Y es acá donde debemos realizar el duelo por lo perdido. Vayamos entonces hacia el único Infierno posible, el Infierno de quienes deben enterrar a sus muertos, a sus sueños, enfrentar el desamor o el olvido y seguir viviendo.
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