El diario de un Psicólogo

Mi mente va demasiado rápido, pienso mucho, son varias las posibilidades y todas las alternativas parece que me llevan a un futuro desesperanzado. Las noche me aquejan, no puedo conciliar el sueño, solamente duermo por lapsos y tengo la sensación de que la vida no va por buen camino, tengo miedo, esa es la verdad, tengo mucho miedo y ni siquiera se a que. Tengo la enfadosa necesidad de estar en constante movimiento porque cuando me detengo mi cabeza me bombardea de miles de pensamientos que no se como controlar, mi familia, el trabajo, mi pareja, yo, no sé, siento que no hago nada y que a la vez trato de hacer todo pero no avanzo, si estoy estancado, pero ¿en donde, en el  pasado, presente o futuro? que se yo. A veces cuando la angustia y frustración me invade, empieza la famosa crisis de pánico, me siento asfixiado, no puedo respirar bien, el corazón se me agita, los brazos se me duermen y siento una gran necesidad de salir corriendo, ¿a donde? no lo sé, solamente quisiera dejar todo

“Has nacido para que te quieran y yo he nacido para quererte, con toda el alma y toda la piel, toda mi vida”. — Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo. La palabra nostalgia siempre ha sido de mis favoritas y no chicos, no es que sea masoquista o que me guste estar recordando cosas que me hace daño (bueno sí pero un poco, todos siempre tenemos nuestra pulsión de muerte que nos conduce a lo que nos lastima pero eso no justifica las relaciones basadas en violencia). Hay días que nos hacen recordar más que otros,  canciones, lugares y hasta el mínimo e insignificante detalle nos traen de regreso algo que nos puede poner triste o felices, ya decía Milán Kundera en su libro llamado la Fiesta de la Insignificancia que los detalles más absurdos y pequeños son los que cobran una importancia trascendental en la historia universal y personal. Considero que la nostalgia es algo con lo que se puede congeniar de manera cotidiana, al final somos seres rotos que vamo